No recuerdo otro momento donde se hablara tanto de la sana distancia; de guardarla, de tomarla. Aunque pareciera que es un concepto nuevo en nuestras vidas y que nos hemos de adaptar a ella, en realidad, ella siempre ha estado ahí física y emocionalmente de múltiples formas.
El ejemplo más simple tal vez es que está desde que nos enseñaron a tomar distancia los lunes por las mañanas al hacer los honores a la bandera. Esa distancia física tan inmediata no tenía un efecto crucial que cambiara el rumbo de nuestro día. Y tal vez por ello, la hayamos relegado a lo más profundo de nuestra memoria. Sin embargo, creo que las distancias que mayor impacto han tenido en nuestras vidas han sido aquellas que hemos hecho emocionalmente. Esas, algunas veces dolorosas, también han sido sanas.
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¿No ha sido acaso una distancia la que nos ha curado el corazón roto? O qué tal el día que con tal de crecer nos alejamos de nuestra zona de confort. Las distancias nos han llevado desde a tomar un nuevo trabajo hasta a hacer las maletas y mudarnos a un nuevo lugar.
Hoy nos enfrentamos a una incertidumbre que trae consigo una nueva distancia. Y aunque nos genera temor, miedo o tristeza, vale la pena recordar que si hay algo que las distancias nos han enseñado es a crecer y a salir fortalecidos. Esta no será la excepción. Las distancias son sanas y por eso vale la pena guardarlas.